El JuanRo que conocí
Trabajamos juntos, vivimos los dos en el Club Gurkhas, compartimos tantísimas cosas a mediados de los años ochenta. JuanRo me llevaba sólo tres años, y los dos nos llevábamos muy bien (¿quién de los que le conoció podría decir otra cosa?).
Nos entendíamos sin palabras, hacíamos un equipo que no parecía equipo. Pero, sobre todo, nos unía un mismo ideal. Ese que fue el motor de toda su vida. Ese que explica el modo en que se dio a los demás, a su país y a su gente.
Muchos de los testimonios que he leído en estos días hablan de su amor a Guatemala. Otros de la profunda calidad de la amistad que JuanRo tenía con sus amigos. Pude ver muchas veces que esa amistad era una preocupación –mejor dicho, una ocupación, pues JuanRo en el trato con los demás era práctico, muy práctico- que hundía sus raíces en un Amor más importante que todos los demás amores que una persona puede tener.
Me consta que JuanRo conocía a profundidad la predicación de San Josemaría, y puedo decir que sus palabras fueron profundamente, constantemente, fructíferamente, meditadas a lo largo de muchos años.
Puntos como el n. 360 de Forja: “Si has sido elegido, llamado por el Amor de Dios, para seguirle, tienes obligación de responderle..., y tienes también el deber, no menos fuerte, de conducir, de contribuir a la santidad y al buen caminar de tus hermanos los hombres”.
O el n. 1 de Camino: “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”.
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